Pacto para la Reconstrucción Moral de la Nación Dip.Eliseo Francisco Mendoza Berrueto

 Coahuila de Zaragoza..-  Hace uso de la palabra un mexicano agobiado por la pena y la vergüenza. Les habla un normalista. Un ex Subsecretario de Educación del gobierno federal que tuvo a su cargo los asuntos académicos y financieros de las escuelas normales rurales de todo el país. Aquí, a la Normal del Estado, venían estudiantes de algunas escuelas rurales. Uno de ellos, Simón Dávila noble e inteligente, fue mi sucesor en la Presidencia de la Sociedad de Alumnos de la ahora Benemérita institución educativa. Él venía de la Escuela Normal Rural de Salaices, Chihuahua. Un Presidente de un partido político estatal, el profesor Jesús Contreras Pacheco, es egresado de otra Escuela Normal Rural, de Tamatán Tamaulipas.

Es cierto que las normales rurales han conformado una comunidad estudiantil de difícil conducción. Ahí prevalece la ideología de izquierda, a veces radical. A menudo hay paros y huelgas y no es fácil negociar arreglos sobre algún pliego petitorio. Cuando entraba a sus aulas para arreglar las cosas, el riesgo era que alguien se violentara. Sin embargo, pude visitar la mayoría de aquellas normales y jamás sufrí atentado alguno o trato irrespetuoso.

Hay que recordar que las normales rurales fueron creadas por los gobiernos revolucionarios para formar los educandos que se necesitaban en el campo mexicano, en aquellos tiempos cuando no había muchas escuelas de educación superior y cuando prevalecía el analfabetismo rural. Los jóvenes que estudian en ellas, quizá muchos, no lo hacen por vocación docente, sino porque sus padres no tienen recursos para ofrecerles una mejor oportunidad.

Como quiera que sea, se trata de jóvenes mexicanos ansiosos de salir de su pobreza económica  y cultural. Jóvenes que manifiestan a menudo sus carencias y sus reproches siguiendo el único patrón contestatario y retador que el reducido ámbito rural les ha permitido ancestralmente.

Cuarenta y tres  jóvenes normalistas rurales han desaparecido en Guerrero y todo indica que fueron víctimas de un homicidio colectivo, de la manera más salvaje.  No es exagerado afirmar que muchos mexicanos estamos verdaderamente pasmados ante la inimaginable escalada de violencia y barbarismo que se ha generalizado en esa y en otras regiones del país.

Son tan graves  y dolorosos los hechos registrados en el estado de Guerrero, que se agolpan en el ánimo sentimientos de dolor, de coraje y de vergüenza.

Guerrero no es el único caso, aunque sí el más reciente y el de mayor cobardía y brutalidad.

Una profunda pena embarga a la nación. Se nos ha echado encima la bestia de la violencia y la barbarie y no vemos cómo podríamos escapar de sus terribles garras. Confundidos, no encontramos el camino. Es tan ominosa esta desgracia, que no faltan quienes piensan que estamos ya pisando los linderos del apocalipsis.

El daño que se le ha hecho a México es incalculable. Es una puñalada al corazón del orgullo de ser mexicano. El prestigio de nación respetuosa del derecho ajeno, del orden jurídico, de los derechos humanos, de la convivencia pacífica, de la tolerancia y de la buena voluntad, que con grandes esfuerzos y a lo largo de muchos años nos habíamos ganado ante la comunidad internacional, ha sido manchado irremediablemente por eventos de tan infinita crueldad. 

Hay que desandar la parte del camino torcido que hemos andado en los últimos años, a contracorriente  de los anhelos de superación de México, de sus esperanzas de redención, de ideales de grandeza y realización.

En un acto de profunda contrición, debiéramos poner sobre la mesa de las evaluaciones nuestra conducta. Hay que valorar, en un juicio sumario, la eficacia del orden jurídico que nos rige y a cada institución encargada de aplicarlo, para encontrar por qué resquicio se nos coló la impunidad.

Hay que analizar si la educación que reciben las nuevas generaciones plantea los valores  necesarios para formar  hombres y mujeres de bien. Si la educación siembra la semilla del esfuerzo constructivo, de la probidad y de la virtud. Ver si las instituciones públicas responden, en su desempeño, a las aspiraciones de una sociedad cada vez más exigente de eficacia y transparencia. Si quienes imparten justicia han puesto los diques necesarios para acabar con la impunidad. Examinar si cada uno de nosotros, en la oficina pública, en la empresa, en la escuela, en el púlpito o en la curul, en el campo o en la fábrica, si como hijos o como padres, actuamos al nivel de las expectativas de superación material y moral. Los acontecimientos de los últimos años, de los últimos días no nos ayudan para sacar conclusiones positivas.

¿Qué hacer?  Cada quien tendrá su propia respuesta, según su escala de valores y su convicción de lo que es bueno y lo que es malo, de acuerdo a su concepto de lo que es la vida y la sociedad, y conforme a los fundamentos de su credo religioso.

¿Quién tuvo la culpa?  ¡Fuenteovejuna, señor¡  Si, todos somos culpables. Unos por corruptos, otros por  indolentes o permisivos; algunos por sinvergüenzas, otros por ignorantes o  por ingenuos. Hay de todo. Pero ahí estamos todos. Quien intente evadir su responsabilidad social cae en el descaro.

Quizá sea ya tiempo de intentar un Pacto para la Reconstrucción Moral de la Nación, entre el gobierno de la República y la sociedad civil.

Manifestar la inconformidad por la vía de la violencia y el desorden nada arregla. La pena de los dolientes no se alivia exigiendo renuncias. Quienes con ellos simpatizan se equivocan actuando como vándalos. Es muy comprensible el dolor de los padres que perdieron a sus hijos. Nuestra solidaridad con ellos está fuera de toda duda, pero alguien tiene qué convencerlos de actuar con mayor responsabilidad y madurez.

Hay que tener cuidado de que la sociedad civil, en estos momentos de enervación, no acabe como rehén de intereses obscuros que, aprovechando esta coyuntura, intentan sumir al país en la anarquía.

Por el sólo hecho de haber nacido en una Patria, de pertenecer a una sociedad, tenemos la obligación de luchar por la superación de nuestra comunidad, por la felicidad y el bienestar de cada quien, por lograr el engrandecimiento económico, moral y cultural colectivo. Cometiendo vilezas o permitiéndolas no vamos a ser mejores ni a impulsar a México. Habrá qué enmendar muchos entuertos y corregir muchas conductas para que podamos retomar el camino de la verdadera superación. Estos acontecimientos exigen que removamos todo, empezando por nuestras propias conciencias.

Hay mucho para pensar. Hay mucho por hacer.

Saltillo Coahuila de Zaragoza, a 10 de noviembre de 2014.

A T E N T A M E N T E

Dip. Eliseo Francisco Mendoza Berrueto.

Discurso pronunciado en la Sesión  del  11 de noviembre del Congreso del Estado de Coahuila de Zaragoza.

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