Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador durante el 190 Aniversario Luctuoso de Vicente Guerrero, desde Cuilápam, Oaxaca

Iturbide, acompañado por Vicente Guerrero y otros insurgentes, entró triunfante a la Ciudad de México.

Pueblo de Cuilápam; de Guerrero; de Oaxaca:

Aun cuando la consumación de la independencia de casi todos los países de América Latina se produjo por el debilitamiento de la metrópoli colonial española, en México este movimiento comenzó como una lucha del pueblo contra la oligarquía criolla. Para los curas rebeldes y padres de nuestra patria, Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, las reformas sociales tenían la misma importancia alcanzar la independencia política.

Una vez fusilado Hidalgo en 1811, quien proclamó la abolición de la esclavitud, Morelos continuó con esas mismas convicciones, defendiendo a los de abajo, a los pobres. En 1813, en su célebre documento los Sentimientos de la Nación, exhortaba: “que se modere la indigencia y la opulencia; que se eleve el salario del peón, que se eduque al hijo del campesino y del barretero igual que al hijo del más rico hacendado y que existan tribunales que protejan al débil de los abusos que comete el fuerte”.

En fin, como escribió el poeta Carlos Pellicer: “Imaginad una espada en medio de un jardín. Eso es Morelos. Imaginad: una pedrada sobre la alfombra de una triste fiesta. Eso es Morelos. Imaginad una llamarada en almacén logrado por avaricia y robo. Eso es Morelos”.

Por pensar así, por ser como era, Morelos también fue combatido y asesinado por el ejército virreinal, con la complacencia del clero y la aprobación de las clases privilegiadas

Sin embargo, un poco más tarde, en 1820, en palabras de Octavio Paz, “ocurre lo inesperado. En España, los liberales toman el poder, transforman la monarquía absoluta en constitucional y amenazan los privilegios de la Iglesia y de la aristocracia. Se opera entonces un brusco cambio de frente; ante este nuevo peligro exterior, el alto clero, los grandes terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con los restos de los Insurgentes y consuman la Independencia”.

Aquí conviene decir que por idénticas razones uno a uno, los países de América Latina se fueron separando de España; el 15 de septiembre de 1821 declara su Independencia la hasta entonces Capitanía General de Guatemala, que estaba formada por ese país, además de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, así como por Chiapas, el actual Belice y las provincias panameñas de Chiriquí y Bocas del Toro; y el 28 de noviembre del mismo año, se suma Panamá; de igual forma, por esos tiempos, el libertador Simón Bolívar y otros caudillos no paraban de romper cadenas en el sur del Continente; en fin, en el siglo XIX la corona española perdió todas sus colonias de América, con excepción de Cuba y de Puerto Rico, islas que acabaron siendo cedidas a Estados Unidos en 1898, si bien la primera, Cuba, logró su independencia en 1902.

En el caso de México, aunque en 1820 la revolución popular se encontraba prácticamente sofocada, el auge que llegó a tener el movimiento en los años 1810-1815 y su influencia en la población obligó a la oligarquía, en el momento en el que se disponía a consumar la Independencia, a establecer una alianza con la corriente más representativa de este movimiento.

Así, Agustín de Iturbide, representante de las clases dominantes de México, y Vicente Guerrero, uno de los principales insurgentes del partido de Morelos, que aún estaba activo, se entrevistaron y elaboraron en Iguala el famoso Plan de las Tres Garantías: Independencia, Unión y Religión. En torno al Plan de Iguala se unieron conservadores y liberales. Iturbide pactó en Córdoba, Veracruz, con el recién llegado nuevo virrey, Juan O’ Donojú, quien no tuvo más remedio que aceptar la consumación de la independencia y así, en los tratados de Córdoba se lee: “esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano”.

El 27 de septiembre de 1821, Iturbide, acompañado por Vicente Guerrero y otros insurgentes, entró triunfante a la Ciudad de México. Para ese entonces era evidente que se había logrado la libertad política y que el naciente país ya no habría de ser colonia, pero, para entonces se habían olvidado casi por completo las reformas sociales enarboladas por Hidalgo y Morelos. La estructura económica y social del antiguo régimen permaneció inalterable y así se mantuvo durante 100 años, hasta la Revolución Mexicana iniciada en 1910. Fue a partir de entonces que perdió fuerza la hacienda rural y el latifundio, fue a partir de entonces que se abolió el sistema de peones acasillados, muy parecido al sistema de la esclavitud, y se avanzó en el terreno de los derechos laborales y sociales.

De modo que no fueron nada fáciles los primeros pasos de la nueva República mexicana. La historia nos demuestra que no se forman las naciones sin pasar por terribles pruebas, y tal es el caso de nuestro país. El siglo XIX se caracterizó tanto por la inestabilidad política como por el predominio de funestas dictaduras: Antonio López de Santa Anna, en un lapso que va de 1833 a 1855, fue once veces presidente de México y Porfirio Díaz se mantuvo en el poder a lo largo de 34 años, de 1876 a 1911. Durante la primera centuria de la vida independiente padecimos, además de los enfrentamientos entre liberales y conservadores, federalistas y centralistas, y de civiles contra militares, invasiones extranjeras; más de una vez, aventureros locales o foráneos instauraron monarquías en versión caricaturesca y, en 1848, se registró el gran zarpazo por el cual Estados Unidos nos arrebató más de la mitad de nuestro territorio.

No obstante, durante el siglo XIX, en el terreno político hubo cuando menos dos momentos estelares: el primero se produjo cuando Guadalupe Victoria, el primer presidente de México, pudo terminar su periodo de gobierno, de 1824 a 1828 y, posteriormente, el hombre que aquí, en Cuilápam, fue asesinado, el intrépido y consecuente Vicente Guerrero, encabezó un movimiento verdaderamente popular contra la oligarquía y las clases privilegiadas.

Es imposible olvidar que a mediados del siglo XIX y durante los diez años de la llamada República Restaurada, Benito Juárez, el mejor presidente de México y los liberales que lo secundaron, llevaron a cabo una Reforma de dimensión mundial que separó más que en otras partes, de manera temprana, al poder público del poder eclesiástico, bajo el criterio de que “a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”; y supo Juárez y los liberarles enfrentar y vencer a la reacción conservadora y a los promotores de la Invasión Francesa y del establecimiento del Imperio de Maximiliano de Habsburgo, con lo que se logró la segunda Independencia de México.

Pero insisto, después de la primera Independencia y durante todo un siglo, prácticamente no hubo cambios en la estructura económica y social establecida en la Colonia. La Independencia, la Reforma y la primera etapa de la Revolución, la maderista, que fueron los tres grandes movimientos de transformación nacional, significaron cambios profundos en el terreno de las libertades políticas, pero no modificaron en lo fundamental las estructuras de sometimiento, heredadas desde que Mesoamérica fue invadida por soldados de la corona española al inicio del siglo XVI.

A pesar de las profundas diferencias políticas entre los bandos imperiales o republicanos, y más tarde los abanderados del progreso y los del retroceso, en realidad nada hicieron por el pueblo raso. Nunca les interesó cambiar la estructura social impuesta durante la dominación española.

De ahí la trascendencia que tuvo, también con dimensión mundial, la Revolución Mexicana. Baste decir que, gracias a este movimiento popular, en 1914, 100 años después de que Hidalgo promulgara la abolición de la esclavitud, esta quedó prohibida en nuestro país. También se logró hacer realidad el derecho de los campesinos a la tierra y se llevó a cabo una profunda reforma agraria; se mejoraron las condiciones laborales de los trabajadores y se recuperaron los bienes de la nación que durante el porfiriato se habían entregado a extranjeros, como los ferrocarriles, la industria eléctrica y el petróleo.

Aunque no se avanzó en la construcción de la democracia, porque después de la Revolución se creó un partido de Estado y no se garantizaron elecciones limpias y libres, es un hecho indiscutible que el movimiento original revolucionario produjo movilidad social y permitió que millones de mexicanos, mediante el estudio y el trabajo, ascendieran en la escala social, salieran adelante y mejoran sustancialmente sus condiciones de vida y su bienestar.

Pero como todos sabemos, en los últimos tiempos muchas de las conquistas logradas con el movimiento surgido de la Revolución se fueron perdiendo; el retroceso cobró particular auge a partir de los años ochenta del siglo pasado con la imposición de la llamada política neoliberal.

Hasta hace poco, como resultado de esa política que duró 36 años, de 1983 a 2018, predominaba o existía una república simulada en nuestro país y un Estado que funcionaba, en lo básico, para garantizar la concentración de la riqueza en pocas manos, sin ocuparse del bienestar general. En ese periodo, como en el porfiriato, las tierras, las aguas, los bosques, las minas, los ferrocarriles, el petróleo, la electricidad y otros bienes colectivos, se entregaron a particulares nacionales y extranjeros, y, como en ese entonces, como en el porfiriato, en México se vivió sin democracia, con corrupción, desigualdad y opulencia.

De ahí la importancia de lo acontecido el primero de julio de 2018, cuando la mayoría del pueblo de México decidió, con su voto libre y consciente, enfrentar al llamado modelo neoliberal o neoporfirista y sus ominosas consecuencias de degradación para la sociedad y para el país mediante un proceso de transformación moral, que está en marcha, un proceso de transformación económica, social, cultural y política.

Ahora, a pesar de la pandemia y de la crisis económica, el pueblo de México está comprometido en realizar cambios profundos, con el criterio de que la honradez es la mejor política, que el amor al prójimo es la esencia del humanismo, que el interés general debe primar sobre el particular y que el desarrollo debe lograrse desde abajo, con la participación de todos y todas, sin dejar atrás a nadie.

Por eso, en este 2021 dedicado a conmemorar los 200 años de nuestra Independencia, no sólo queremos recordar, con cariño, respeto, admiración, la gesta histórica de quienes nos dieron patria, sino también subrayar la importancia de la lucha por la justicia, por la igualdad, por la libertad, por la democracia y por la defensa de nuestra soberanía; deseamos también exaltar la dignidad que han tenido siempre los pueblos originarios, los pueblos indígenas, los pueblos afroamericanos, y no olvidar el sufrimiento de estos pueblos oprimidos y humillados desde la llegada de los españoles hasta nuestros días.

En consecuencia, considero que es un acierto que, al mismo tiempo que recordamos las efemérides históricas más importantes en la fundación de nuestra república, llevemos a cabo actos como el que celebraremos con los pueblos mayas y yaquis para ofrecerles en nombre del Estado mexicano y de la sociedad nuestras más sinceras disculpas por el despojo de sus tierras, por la represión que sufrieron, por el racismo que han padecido desde la invasión española, la Colonia y en los dos siglos del México independiente.

Nada mejor, lo digo con toda sinceridad, con autenticidad, nada mejor que iniciar estas jornadas para recordar nuestra historia y enaltecer la grandeza cultural de México, que la presencia entre nosotros de Martin Luther King, hijo del gran dirigente de los derechos civiles de Estados Unidos y del mundo. Muchas lecciones nos dejó ese gran luchador social, el doctor Martin Luther King, pero quizá su enseñanza mayor fue que se puede transformar de manera pacífica, con el arma poderosa de la razón y con el principio de la no violencia. Esa ha sido y seguirá siendo una característica de nuestro movimiento: el cambiar estructuras opresivas y de lucro haciendo conciencia, convenciendo, persuadiendo, no imponiendo nada, sino respetando las libertades y garantizando en todo momento el derecho a disentir y, en vez de odiar, sostener que solo siendo buenos podemos ser felices.

No dejemos de recordar lo que decía Martin Luther King, cito textualmente: “La oscuridad no puede sacarnos de la oscuridad. Solo la luz puede hacerlo. El odio no puede sacarnos del odio. Solo el amor puede hacerlo”.

Gracias.

Muchas gracias.

 

Invita Seculta a la presentación del libro  «Vicente Guerrero: el carácter» del autor  José Mancisidor

"Vicente Guerrero: el carácter"

El Gobierno del Estado de Oaxaca a través de la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca (Seculta) y el Gobierno del Estado de Guerrero a través de las Secretarías de la Cultura y de Educación, invitan a la presentación virtual del libro «Vicente Guerrero: el carácter» del autor José Mancisidor que se transmitirá en  vivo este sábado 13 de febrero, a las 13:00 horas, mediante la red social Facebook https://www.facebook.com/seculta.

Esta obra se presentará en el marco del 190 aniversario luctuoso del General Vicente Guerrero, y narra quién era este guerrillero, militar y político; sus orígenes, sus méritos y hazañas militares.

En la presentación se contará con la presencia del secretario de Cultura del Gobierno del Estado de Guerrero, Mauricio Leyva Castrejón; el Muy Respetable Gran Maestro de la Muy Respetable Gran Logia de Oaxaca, Tomás Moisés Hernández Galguera; Past – Gran Maestro de la Muy Respetable Gran Logia de Oaxaca, Juan Gopar Aguilar y como moderador, el director de Conservación y Divulgación Cultural de la Seculta, Jesús René Canseco Girón.

José Mancisidor Ortiz es un autor nacido en el puerto de Veracruz que participó en la defensa de este estado ante la invasión norteamericana el 21 de abril de 1914. Se incorporó al ejército constitucionalista en el que obtuvo el grado de teniente coronel.

Asimismo ocupó diversos cargos públicos, como la gubernatura interina de Quintana Roo y la alcaldía de Xalapa. Luchó contra la rebelión de Adolfo de la Huerta. Fue diputado local. Impartió clases en la Escuela Normal Veracruzana, la Escuela Nacional de Maestros, la Escuela Normal Superior y la Universidad Obrera. También dirigió la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la Sociedad de Amigos de la URSS y el Instituto Cultural Mexicano-Ruso, entre otras.